sábado, 27 de septiembre de 2014

EL BALCÓN Y LA TORMENTA: Sobre el desencuentro en la pareja.



Al abrir esa puerta-ventana decorada con transparentes cortinas de finos volados, se podía ingresar al balcón, desde donde se veía asomar el sol,volar las nubes, brillar la luna y recibir la fresca brisa húmeda del Río de la Plata.
Estaba en el quinto piso, daba a los fondos de los demás edificios de la manzana (ver fotografía).
Cuando empezaba a caer la tarde se impregnaba de cálidos aromas a pan recién horneado que provenía de las panaderías de los alrededores.
 Había  plantas y flores multicolores entre dos reposeras rojas en las que Ellos solían pasar gratos momentos, disfrutando la placidez de su compañía, mientras bebían de sus copas de vino y se deslumbraban con los fuegos artificiales que cada día les regalaba la noche.
Desde allí, observaban divertidos un grupo de mujeres dominicanas que bailaban, lavaban ropa y se acicalaban, preparándose para su trabajo nocturno.
Desde balcones vecinos, los niños arrojaban juguetes a las terrazas.
Un edificio en el que se alojaban unos ocupas peruanos,  podía apreciarse, antes que se incendiara una noche. Entre sirenas de bomberos,se escuchaba su clamor. Hoy se puede ver, ya vacío y quemado.
No pocas veces la lluvia los sorprendía divertidos, entre juegos y complicidades.

Una noche se desencadenó una tormenta, de esas que solían ocurrir frecuentemente.
Ella buscó  ansiosa sus brazos, que alguna vez supieron acogerla, deseaba que la cuidara.
 ÉL temblaba de  ira y miedo, no comprendiendo qué le pedía.
La noche cayó en un profundo y tenebroso vacío, él buscó su refugio más seguro en el silencio.
La tormenta no cesaba y Ella se recostó, sola, a su lado, ansiando que llegara la mañana y saliera por fin el sol.

Al amanecer del siguiente día, Ella se levantó primero, lo esperó en el balcón mientras un pequeño rayo de sol anunciaba la mañana.
Nunca llegó.
 Pasó sin verla, como si no estuviera, tenía sus ojos de hielo y ráfagas de fuego seguían sus propios pasos.
Cruzaron sordas palabras, en un tenso silencio.
Ella con dolor y desesperanza juntó algunos pedazos de sueños rotos y se marchó.
El ensombrecido de confusión e ira contenida, pretendiendo que con ella se alejarían para siempre sus tormentas, la dejó partir.
Adri. (Setiembre de 2014).

Reflexión:
Es todo un trabajo en la pareja crear un espacio propio que les pertenezca, ya que cada uno  proviene de historias y creencias diferentes, tendiendo ambos a defender su propio territorio de individualidades.
Una verdadera comunicación es requisito indispensable.
Una vez que se apagan los fuegos artificiales que inauguran a la pareja, si no logran un adecuado nivel de comprensión, flexibilidad, confianza mutua que de lugar a un espacio compartido, en el que la intimidad física, psicológica y emocional posibilite una relación de amor sano y maduro, inexorablemente sobrevendrá la ruptura.
Si frente al desencuentro, cada uno niega sus partes oscuras y adjudica la responsabilidad en el otro, no es posible que cada uno mire dentro suyo y asuma sus errores y responsabilidades.
De esta manera se corre el riesgo que el otro se convierta en un verdadero enemigo.
Todo aquello que se esconde a si mismo, suele proyectarse en el otro como un espejo convirtiéndolo en objeto de sus propias necesidades o en un receptáculo sobre quien liberar sentimientos de culpa y opresión.
Adri, (Setiembre de 2014)

Fotografía tomada desde el balcón.

Obra de Osvaldo Guayasamín(1919).
La edad de la ira.

domingo, 21 de septiembre de 2014

EL CÓNDOR Y LA PALOMA. Avatares sobre el amor, la libertad y la soledad.

 Resiliencia
"El arte de construir cuando todo parece perdido"

Era un ave de fino plumaje que con su elegante vuelo recorría la inmensidad de las alturas.
Cuando surcaba los espacios todo era luz y color, parecía dominar el mismo cielo.
Vibraban melodías a su paso, dejando tras de sí estelas con  fragancia a tilos.
Muy cerca de él, lo seguía una avecilla, sus alas tenían una  curiosa transparencia, su vuelo era intrépido, tal vez era su compañera o su enamorada.
 Soledad era su nombre.
Cuando Paloma lo vio ese día, desde lo alto del campanario, donde divisaba las alturas y construía sueños de paloma, lo reconoció, lo había visto en ocasiones desplegarse por esos cielos y lo miró asombrada y deslumbrada.
Era un día de sol radiante, de esos que dejarse acariciar por la brisa y la calidez del sol llena el alma de regocijo. 
Paloma disfrutaba de ese gran momento.
En un sutil aleteo, festejaba verlo aproximarse.
Él se acercó impetuoso, casi soberbio, con altanería de cóndor.
Ella, erizando su plumaje y sin disimular la emoción que la embargaba, gorjeaba seductora.
 -Ven conmigo paloma, te mostraré el esplendor de los cielos.
Paloma, acongojada y ruborizada le susurró: - No se volar tan alto.
   -Tómate de mí y no te quites, te enseñaré, aseveró Cóndor.
Paloma se prendió fuertemente de su pecho y se acurrucó, como copito de algodón. 
Ella no imaginaba mejor cielo.
En venturoso vuelo se lanzaron por el aire.
Reían mucho, jugaban, cantaban en trinos tan clamorosos, que las aves curiosas y sorprendidas intentaban imitar.
Al correr de las horas las sombras de la noche comenzaron a crecer y las nubes corrían presurosas avecinando tormentas.
Encontraron refugio en una precaria cueva en medio de las montañas más altas.
Descansaron tras beber fresca agua de lluvia.
Durmieron abrazados. 
Paloma sentía que ese sitio, acurrucada en su pecho y rodeándolo con sus alas era su lugar en  el mundo, un lugar perfecto, más de lo que jamás se hubiera imaginado en sus ensoñaciones de campanario.
Por la mañana, Cóndor salió a buscar provisiones para el desayuno, regresó con hierba fresca y húmeda, de exquisita fragancia, ágape de dioses, pensaba Paloma, mientras lo miraba.
Luego emprendieron un dulce vuelo.
Recorrieron lugares desconocidos, siempre riendo, siempre cantando.
Paloma aferrada en su pecho comenzó a dejarse planear.
 Cóndor le decía: -Aprende a perder el control paloma, solo hazlo y volarás.

Promediando la tarde se refugiaron en una colorida guarida de muros granate y aromas dulzones, desde donde se divisaban florecillas de todos los colores.
Luego de saborear las dulces hierbas se quedaron acurrucados largo rato, ella lo rodeaba con sus alas, él le decía: "No te quites".
Amanecía con tonos grises violeta, presagiando alguna tormenta, mientras Paloma construía un nido con pequeñas ramitas que ella en sus vuelos cortos, traía en su pico mientras disfrutaba los aromas y colores de la mañana .
Cóndor la observó largamente, con una mirada profunda y emprendiendo un nuevo vuelo le dijo:
 -Vuela Paloma, vuela, debo explorar nuevos rumbos.
Ella lo esperó más de lo prudente y necesario,  hasta que comprendió....
Voló hasta la rama más alta, tomo una flor en su pico, cerró sus ojos, para buscar dentro de ella toda la fuerza y la determinación y extendió sus alas que inesperadamente comenzaron a tomar dimensiones sorprendentes, las desplegó cual águila y en un impulso se lanzó segura, audaz, decidida.

Por momentos las lágrimas humedecían sus alas y debía detenerse a recobrar fuerzas.
Paloma había hecho un gran descubrimiento y mientras volaba se decía a sí misma:
 -Valió la pena, entonces.
La brisa del atardecer había disipado las agoreras nubes de tormenta y aunque el cielo seguía  pintado de grises violeta, comenzó a buscar su rumbo.
La luna que asomaba brillante entre las montañas, la sorprendió y fue presurosa a su encuentro, nunca la había visto tan inmensa, tan cercana.
Su corazón palpitaba, como si fuera a salirse de su henchido pecho.
Ahí estaba él, a su lado volaba la traslúcida avecilla que siempre lo rondaba, se habría enamorado de ella? era tan diáfana y lo acompasaba tan bien en su vuelo.
Bailaban y coqueteaban mirándose en la luna que los espejaba curiosa.
"Al menos volamos el mismo cielo" se dijo paloma y dando un giro, arrojó por los cielos la flor que traía en su pico, como ofrenda, por si tal vez lo encontrara.
Sus lágrimas volvieron a humedecer sus ahora clamorosas alas, pero no se detuvo, dio algunas vueltas en círculo, mientras observaba la plateada luna y comenzó a cantar un trino suave y melodioso diciendo: Gracias¡¡ me enseñaste que sabía volar.
 Y se elevó muy alto.

Adri Gorostordoy. (Setiembre de 2014)