domingo, 21 de septiembre de 2014

EL CÓNDOR Y LA PALOMA. Avatares sobre el amor, la libertad y la soledad.

 Resiliencia
"El arte de construir cuando todo parece perdido"

Era un ave de fino plumaje que con su elegante vuelo recorría la inmensidad de las alturas.
Cuando surcaba los espacios todo era luz y color, parecía dominar el mismo cielo.
Vibraban melodías a su paso, dejando tras de sí estelas con  fragancia a tilos.
Muy cerca de él, lo seguía una avecilla, sus alas tenían una  curiosa transparencia, su vuelo era intrépido, tal vez era su compañera o su enamorada.
 Soledad era su nombre.
Cuando Paloma lo vio ese día, desde lo alto del campanario, donde divisaba las alturas y construía sueños de paloma, lo reconoció, lo había visto en ocasiones desplegarse por esos cielos y lo miró asombrada y deslumbrada.
Era un día de sol radiante, de esos que dejarse acariciar por la brisa y la calidez del sol llena el alma de regocijo. 
Paloma disfrutaba de ese gran momento.
En un sutil aleteo, festejaba verlo aproximarse.
Él se acercó impetuoso, casi soberbio, con altanería de cóndor.
Ella, erizando su plumaje y sin disimular la emoción que la embargaba, gorjeaba seductora.
 -Ven conmigo paloma, te mostraré el esplendor de los cielos.
Paloma, acongojada y ruborizada le susurró: - No se volar tan alto.
   -Tómate de mí y no te quites, te enseñaré, aseveró Cóndor.
Paloma se prendió fuertemente de su pecho y se acurrucó, como copito de algodón. 
Ella no imaginaba mejor cielo.
En venturoso vuelo se lanzaron por el aire.
Reían mucho, jugaban, cantaban en trinos tan clamorosos, que las aves curiosas y sorprendidas intentaban imitar.
Al correr de las horas las sombras de la noche comenzaron a crecer y las nubes corrían presurosas avecinando tormentas.
Encontraron refugio en una precaria cueva en medio de las montañas más altas.
Descansaron tras beber fresca agua de lluvia.
Durmieron abrazados. 
Paloma sentía que ese sitio, acurrucada en su pecho y rodeándolo con sus alas era su lugar en  el mundo, un lugar perfecto, más de lo que jamás se hubiera imaginado en sus ensoñaciones de campanario.
Por la mañana, Cóndor salió a buscar provisiones para el desayuno, regresó con hierba fresca y húmeda, de exquisita fragancia, ágape de dioses, pensaba Paloma, mientras lo miraba.
Luego emprendieron un dulce vuelo.
Recorrieron lugares desconocidos, siempre riendo, siempre cantando.
Paloma aferrada en su pecho comenzó a dejarse planear.
 Cóndor le decía: -Aprende a perder el control paloma, solo hazlo y volarás.

Promediando la tarde se refugiaron en una colorida guarida de muros granate y aromas dulzones, desde donde se divisaban florecillas de todos los colores.
Luego de saborear las dulces hierbas se quedaron acurrucados largo rato, ella lo rodeaba con sus alas, él le decía: "No te quites".
Amanecía con tonos grises violeta, presagiando alguna tormenta, mientras Paloma construía un nido con pequeñas ramitas que ella en sus vuelos cortos, traía en su pico mientras disfrutaba los aromas y colores de la mañana .
Cóndor la observó largamente, con una mirada profunda y emprendiendo un nuevo vuelo le dijo:
 -Vuela Paloma, vuela, debo explorar nuevos rumbos.
Ella lo esperó más de lo prudente y necesario,  hasta que comprendió....
Voló hasta la rama más alta, tomo una flor en su pico, cerró sus ojos, para buscar dentro de ella toda la fuerza y la determinación y extendió sus alas que inesperadamente comenzaron a tomar dimensiones sorprendentes, las desplegó cual águila y en un impulso se lanzó segura, audaz, decidida.

Por momentos las lágrimas humedecían sus alas y debía detenerse a recobrar fuerzas.
Paloma había hecho un gran descubrimiento y mientras volaba se decía a sí misma:
 -Valió la pena, entonces.
La brisa del atardecer había disipado las agoreras nubes de tormenta y aunque el cielo seguía  pintado de grises violeta, comenzó a buscar su rumbo.
La luna que asomaba brillante entre las montañas, la sorprendió y fue presurosa a su encuentro, nunca la había visto tan inmensa, tan cercana.
Su corazón palpitaba, como si fuera a salirse de su henchido pecho.
Ahí estaba él, a su lado volaba la traslúcida avecilla que siempre lo rondaba, se habría enamorado de ella? era tan diáfana y lo acompasaba tan bien en su vuelo.
Bailaban y coqueteaban mirándose en la luna que los espejaba curiosa.
"Al menos volamos el mismo cielo" se dijo paloma y dando un giro, arrojó por los cielos la flor que traía en su pico, como ofrenda, por si tal vez lo encontrara.
Sus lágrimas volvieron a humedecer sus ahora clamorosas alas, pero no se detuvo, dio algunas vueltas en círculo, mientras observaba la plateada luna y comenzó a cantar un trino suave y melodioso diciendo: Gracias¡¡ me enseñaste que sabía volar.
 Y se elevó muy alto.

Adri Gorostordoy. (Setiembre de 2014)



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